Su muerte nos separa.
Mi muerte no nos
unirá.
Así
es: ya fue bueno que nuestras vidas
hayan podido estar de acuerdo en
algún
momento. (*)
Se fue la “Quita ”.
Se fue la mujer de Don Marcial, el de
la quimera, el que aún cree y espera.
Se fue la madre de Ana y Marcial,
el de Revolución Quemera.
Se fue la abuela de Flor.
Se fue la Quita.
La hija de Carmelucha, la
“quinielera”, la vecina de Don Serafín, la que vaticinaba: “Hoy, Huracán… si no
gana, imbata…”.
Se fue la Quita.
La última de las hermanas.
La China, la Negra y la Ñata ya
la estaban esperando.
Al igual que Saverio, el “pseudo”
traductor de inglés que me hacía creer que heladera se decía “jèlader”.
Al igual que el Chulo, puteador Quemero empedernido del “negro bolas de humo”, bautismo otorgado al
guatemalteco Clark, aquel impresentable delantero central de la década de los
‘60.
Se fue como el Ñato, compañero de
Baldonedo, compinche del tablón Cuervo del viejo gasómetro en aquel gol agónico
de Fito Vilanoba.
Todos ellos desfilaron en los
relatos de la historia de los martes.
Se fue la Quita.
La que me enseñó a peinarme con
raya al costado y jopo a la Glostora o Bilcrin. (Hoy sigue la raya, algo
desdibujada por la moda, sin gomina y con canas).
Se fue la Quita.
La que almidonaba, a más no
poder, con “Colman”(¡Volvió la naftalina, Malde!), el guardapolvo blanco del
Bernasconi, y la dura camiseta, escote de bordes rojos en “v” con el globo de
felpa sobre mi corazón.
Se fue la Quita.
“¿Te acordás, Milonguita?”
Vos eras la pebeta más linda ´ e Chiclana…”
Era el tango que más cantaba.
Era mi vieja.
Arq. Marcial Sarrías para Revolución Quemera.
(*) Conversación adaptada entre Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir
en “La ceremonia del adiós” de Simone de Beauvoir.