El planeta
Tierra está casi por desaparecer.
Las
montañas se convirtieron en llanuras, los mares en tierras…el reino animal y el
vegetal mutan en extrañas animaciones.
Un tsunami
ha destruido la majestuosa arquitectura de Dubai, ya no existen el Coliseo, el
Partenón y todas las maravillas del mundo.
Sin
fronteras, casi sin poblaciones, la máquina del tiempo ha colapsado.
Esta
historia pudo haber sido en 1973, en 2009 o en 2016.
En un
pintoresco lugar del hemisferio sur, más al sur del sur, en un lugar llamado Parque
de los Patricios sólo ha quedado en pie restos de una confitería-bar de un
estadio en ruinas llamado Palacio Ducó.
Sentado en
una silla de estilo Thonet, sus largos brazos apoyados sobre redonda mesa,
rodeado de libros de Trotski e historias de Fontanarrosa- lo único que él pudo
rescatar de la catástrofe- un humano.
Extremadamente
flaco, alto, pelilargo…
Traje
oscuro algo raído, a rayas, camisa clara, corbata ancha con arabescos y
pantalón que se ensancha a partir de las rodillas.
Restos de
un cigarrillo aún humeante.
Clásica
figura setentista, “hippesca”, contestataria, utópica.
Cuando la
soledad parecía ser su única compañía, el ruido de la corroída puerta del
recinto – otrora de mármol y eclécticas boiseries- deja paso a otro humano.
También
flaco. Éste con pelo corto algo ondeado.
Bigotes
finos onda Clark Gable en “Lo que el viento se llevó” de la década del 40.
Camisa
arremangada, pasando los codos, con la medida justa del puño doblado en las
veces necesarias para lograr el objetivo: sus ademanes tomándose la cabeza ante
los despojos habían ya trascendido.
Como en un
duelo o en un juego de truco o póker se sientan frente a frente.
No
necesitan saludarse.
-¿Viste al Globo?
- Sí. Un dolor de ojos.
- Analicemos, replican al unísono.
- El arquero es mejor que el que yo
tenía, dice el setentista. Lástima que le pega siempre para arriba.
Encima ya no tiene al que llamaban raro…Wanchope…o
algo así…que sé yo.
- Juega con línea de cuatro.
- Como el mío, acotó el de pelo
rubio y largo. Los centrales míos pegaban y cabeceaban como el pibe y el pelado
de ahora.
- Los míos igual pero jugaban más…yo
no quería que la revolearan tanto.
- Los marcadores de punta míos eran
la salida siempre, de los dos que puso este ñato, al de la izquierda solo le vi
hacer bien los saques con la mano.
- Los míos, uno ahora es suplente,
al principio eran resistidos pero después los terminaron aplaudiendo.
Será cuestión de esperar.
- En el medio hay otro pelado
metedor.
- Yo tenía uno parecido. Era mi
ayudante, pero aquí no coincido: era más jugador que ese pelado de apellido
alemán.
- El mío, siguió el de pelo corto, gesticulando
cada vez más, era el bastonero de la banda… a su compás se movía el resto…una
presencia por sí sola. Lo que sigue es “inmirable”. Ni dos pases seguidos, ni
una pared, ni una triangulación, todo pegarle para arriba.
- No, así nooo…así no se puede
jugar.
- Está bien que yo tenía cinco
monstruos adelante…a la derecha, a la izquierda, un nueve goleador, un wing o
como dicen ahora un extremo gambeteador, variantes de tiro libre…ma que jugada
preparada…
- Yo no tanto, pero tuve a ese que
se accidentó que ahora es suplente…buen pie, y al pibe que pronto se fue a
Francia y al petiso que se perdió en la noche…alegraban a cualquiera…
Cuando todo
daba para terminar, mientras Chopin ponía los acordes finales a la nostálgica
charla hace su aparición un gordito, barba candado, que también había salvado -por
esas cosas del destino- su alma.
Auriculares
desintonizados dejaban escuchar una cumbia cuartetera…
Lo miraron fijo,
como pidiendo explicaciones.
El gordito
sólo atinó a decir:
- Que quieren chochamu, si esto es Huracán.