viernes, 28 de septiembre de 2012

Bonavena, sinónimo de Huracán

RINGO ME HIZO UN GUIÑO DESDE EL CIELO 

 Una historia dentro de otra historia, o varias historias en una. A ver….a pensar… Una hija sabe como poner contento a su viejo en el día de su cumpleaños. Sin embargo ya había descartado los tradicionales regalos “te sacan de un apuro”. Esta vez no más perfume, ni calzoncillo boxer, ni portaminas arquitectónico. Aquella mañana de septiembre paseaba por la feria Dorrego en pleno San Telmo. En uno de los abigarrados puestos de antiguos recuerdos vi el regalo que quería. El regalo que seguro lo haría feliz. Muchas veces, rumbo a la cancha, lo había escuchado cantar –o algo parecido- aquella canción. 

 “Somos del barrio, del barrio de la quema, somos del barrio de Ringo Bonavena…” 

 Y aquí en la intersección de Defensa y Humberto I se presentaba ante mí lo que a él seguramente le gustaría: un afiche original que anunciaba la pelea estelar entre el estadounidense Cassius Clay o Muhammad Alí contra su querido Ringo, en el imponente Madison Square Garden, el estadio más famoso de Nueva York. 

El afiche era, amarillo con letras en negro para Alí – obviamente - y caracteres rojos para Oscar Ringo Bonavena. La fecha: 7 de diciembre de 1970. El negro contra el blanco (o rojo). Casi un título de película. 

Anunciaba – traducción mediante y gracias a mi escaso inglés “El doble más grande acontecimiento del boxeo del año en la categoría pesados”. Doble porque en el semifondo – la pelea que antecede – se enfrentarían el escocés Ken Buchanan versus el ítalo-canadiense Donato Paduano. Lo compré y mi imaginación empezó a compartir el relato que seguramente me contaría. El relato que tantas veces escuché al ir a la cancha. Irremediablemente, me dirá que Ringo fue el orgullo de la Quema, el hijo dilecto de Parque de los Patricios, un mito, una historia-leyenda de un boxeador humilde que nació en el límite entre Pompeya, Boedo y Parque Patricios, que vivió en Nueva York, murió en Reno, EEUU, pero jamás abandonó el barrio. Que siempre vivió al límite. Que era un excéntrico. 

Así lo presentaban también las revistas del momento: Gente, 7 Días, Goles, El Gráfico… y también periodistas de la talla de Ulises Barrera, Carlos Irusta y otros… Que tiene una estatua frente a la Sede del club Huracán, en el parque, sobre la avenida Caseros. Que también cuenta con una calle propia cruzando la avenida Amancio Alcorta y Río Cuarto. La estatua es algo grotesca, pero no quiero meterme en la vida de los artistas. Que una tribuna del Palacio Ducó lleva su nombre, que espera desafiante cual si fuera su tremendo puño izquierdo a la barra de San Lorenzo de Almagro. Ojo, no quiero incitar a la violencia, a ver si me suspenden la historia. Me contará que a escondidas de su mamá Doña Dominga, el “Ringo bueno” vendía Coca Cola en la cancha y que llenaba como boxeador amateur el Club Unidos de Pompeya en sus peleas con Eduardo Corletti. Que tenía pies planos… Que se fue muy joven a Estados Unidos. Que en los Juegos Panamericanos de 1963, en San Pablo, Brasil, fue descalificado por morderle una tetilla –en combate- a Lee Carr, pugilista norteamericano. Que esta acción violenta fue sancionada por La Federación Argentina de Box que lo suspendió y no pudo representar a la Argentina en los Juegos Olímpicos de Tokio, Japón. 

Así es que decidió irse al país del norte, la llamada “Meca” del boxeo para enfrentar a George Chuvalo, al alemán Kart Mildenberger , a Jimmy Ellis, Zora Folley y hasta Joe Frazier, ya como campeón argentino, el 10 de diciembre de 1968. Su registro como boxeador fue de 58 peleas ganadas, 9 perdidas y un empate. Que conoció y compartió noches con el famoso cantante y actor Frank Sinatra y hasta con el propio Rocky Marciano, otro pugilista ítalo-estadounidense, tan ídolo como él. Que volvió para derrotar a Gregorio “Goyo” Peralta y consagrarse Campeón Argentino en 1965. Ese día se produjo el record de público en el mítico estadio de Tito Lectoure, el Luna Park, ubicado en el microcentro de la ciudad de Buenos Aires, donde más de 25.000 personas lo aclamaron. Pero era un niño-grande. A Gregorio “Goyo” Peralta, su rival en Argentina, lo trató de cobarde y luego lo invitaría a comer los ravioles de Doña Dominga. En su vida hizo de todo. Boxeó bajo la tutela de los hermanos Rago en Huracán, tuvo su médico personal y entrañable amigo en el Dr. Paladino, sí el de de las porteñas cenas con Pagani, Basile, Merlo y otros que se cuentan en Estudio Fútbol, hasta instaló una sastrería cerca del parque llamada Ringo Sport. Aún hoy,  Crónica TV lo muestra cantando el Pío- Pío- Pá junto a los Shakers, una banda de la época. Decían que, aunque tenía un buen oído musical, su voz de pito era horrible. El tema que le escribieron, con fines puramente comerciales, era de una cursilería y un mal gusto increíble, aún para la época, pero Ringo era famoso y, aparte de ganarse unos pesos extra, hacía lo que quería. Actuó en teatro de revistas, así se llamaba el lugar de comedias picarescas de la época, con Zulma Faiad y con Carlos Barbieri, otro Quemero, padre del jurado Carmen, súbdita del Cuervo Tinelli. 

Compró para “su” Globo al cordobés Daniel Wilington, un enganche de “buen pie”. Además fue el “Rey” de la noche en los boliches de moda de aquellos tiempos: Rugantino, Mau-Mau y Afrika… Me enfrenté al afiche y casi pude adivinar el movimiento de sus labios y su voz emocionada que seguro diría: “Perdió con Alí en el último round, la pelea duró quince rounds, pero se consagró como guapo, Alí fue derribado en una oportunidad, muy pocos pueden contar tal hazaña...” Otra vez frente al descolorido poster creí pensar que repetiría, por enésima vez que cuando él viajaba como colimba en la fragata Libertad se enteró, el 22 de mayo de 1976, de su muerte. Leí que Ringo había nacido el 25 de septiembre de 1942. Se cumplieron los setenta años del nacimiento de este grande. ¿Será casualidad que yo haya encontrado este afiche? Seguró me dirá que Ringo fue asesinado en un prostíbulo de Reno, capital del Estado de Nevada, llamado el “Mustang Ranch” por Ross Brymer, empleado de Joe Conforte, el marido de una mujer, Sally Conforte, que Ringo había conquistado. 

Con la mirada algo nublada me contará que el abuelo, como buen Quemero, el 28 de mayo fue al velatorio en el Luna Park ante una multitud de aproximadamente 150.000 personas. Seguramente exagerará un poco. Recordará, también, siempre me dice que debo recordarlo, que aquel 1976 no fue sólo de tristeza para los huracanenses sino para toda la Argentina. Comenzaba la etapa más negra de nuestra historia que duraría casi una década. Siete años para ser más precisos. El rápido triunfo de los militares en su “guerra sucia” – mediante secuestros, tortura, detención y desaparición forzada de miles de personas, asesinatos fraguados, “vuelos de la muerte” – demostró que las organizaciones armadas de izquierda carecían de la fuerza que se enunciaba en los discursos oficiales. La herencia de la dictadura, en efecto, es una pesada carga de la que aún hoy mis viejos sienten el peso. Por suerte, el destino me hizo nacer en el ’90, con la democracia en proceso de afianzamiento. Espero que este póster de Ringo sólo rememore alegría y no la tristeza y angustia de aquellos momentos. Otra vez el fantasma de Ringo ocupa mi pensamiento… Que este humilde niño-grande, nacido en una casa “chorizo” de la calle 33 Orientales haya quedado para siempre en el recuerdo de la hinchada de Huracán no es novedad alguna. Vaya paradoja también, murió a los treinta y tres años. Ringo le había dado identidad a Huracán. Como el fanfarrón habano era “su” identidad. El dolor de su muerte se palpó en Soldati, Pompeya, Barracas, Boedo y Parque Patricios. Lo lloró el país. Cuando el cortejo pasó por Av. Caseros la emoción fue terrible, pero alcanzó su punto máximo en su recorrido hacia La Chacarita, por Av. La Plata. Allí hubo doble fila. Hasta los del Ciclón lo despidieron. El féretro iba cubierto de la única manera que Ringo hubiera querido: con una bandera del Globo. Ya está. 

¿Cuánto cuesta? Un poco caro, pero está bien. Envolvémelo para regalo. Tengo lo que buscaba. Es casi el mediodía. Seguro habrá emoción esta noche. Pero mi curiosidad puede más. Me dijeron que los restos de Ringo Bonavena descansan en el cementerio de la Chacarita. Allí, donde viven los muertos. Allá voy. Me comentaron que están en una bóveda familiar. El “65” me deja en Av. Lacroze, frente a la puerta, me comenta el colectivero. En la entrada pregunto a un empleado. Es fácil, me responde: dos cuadras a la derecha y otras dos a la izquierda. Me pierdo. No dejo de ver, sin embargo, las tumbas, monumentos o como se les llame que han homenajeado a varios de nuestros hacedores de cultura: al boxeador Firpo, a Carlos Gardel, al bandoneonista Aníbal Troilo, al corredor automovilístico Juan Gálvez, al pintor Quinquela Martín, a Pedernera, a Tucho Méndez, otro Quemero… Ahora estoy frente a un cubo de granito negro y puerta – cerrada obviamente- de cristal tipo blindex. Esto lo sé porque los viejos son arquitectos. Varias plaquetas conmemoran distintos aniversarios, algunas de comisiones de Huracán, de la Asociación de Amigos de Parque de los Patricios, de la Asociación de Boxeo… del Club de Leones… Me acerco. A través del cristal- que contiene unas flores rojas artificiales en su manija de acceso- se deja ver una bandera blanca con bordes rojos descoloridos… ¿será la del féretro? Un empleado del lugar – algo anciano- se me acerca. - ¿Ud es familiar? - No, una estudiante de periodismo deportivo. - ¿Ud sabe quién fue Ringo Bonavena? - Algo me contaron. Algo leí por Internet. Algo de las biografías escritas por Ezequiel Fernández Moores en “Díganme Ringo” y en los textos de “El Ángel de Ringo Bonavena",  de Raúl Argemí. - Ah por Internet… y en los libros… - Seguro que no dicen que la zurda de este muchacho era tremenda. Que llamó “gallina” hasta al mismísimo Cassius Clay… como no dicen tantas otras cosas de Locche o de Monzón… o de Pascualito Pérez. A ellos les hicieron películas o filmaciones para televisión. A Ringo se la deben. Debería ser algo así como la del “hombre- casa”… Houseman me comprende… (Seguro que no sabía de mi exquisito inglés). Lo que habría para escribir… casi una telenovela de un año por lo menos. Yo soy de Huracán sabe, señorita… Se alejó hablando solo… creí entender en su balbuceo algo así como… “¿quien necesita un título del mundo cuando se tiene un monumento como este…?” Me quedé pensando. Me pareció escuchar a Ringo decir: “La experiencia, es un peine que te dan cuando te quedas pelado…” “Todos hablan antes de las peleas. Todos hablan. Pero cuando suena la campana, estás tan solo que hasta el banquito te sacan”. Ambas citas son de Oscar Ringo Bonavena, este carismático boxeador porteño de cuyo nacimiento fue el 25 de septiembre de 2012, se cumplen 70 años. Ya era hora de ir al cumple del viejo. Quizás por la melancolía que inspira el lugar me fui cantando en voz baja: 

“Cuando yo me muera… Quiero que mi cajón… 
Sea de rojo y blanco… Como mi corazón… 
Y si “perdemo”… Tampoco me hago problema… 
Soy cada día más hincha… Del Globo, de Ringo y de la Quema…” 



Florencia Sarrías – Para Revolución Quemera