"Eternamente hasta luego"
El taxi marchó rápidamente por la Avenida 18 de
Julio, tras largas cuadras y tantos viboreos descendió hasta el puerto del
Buceo. Mariela se apresuró a pagar sin preocuparse por recoger su cambio, no es
que despreciara la plata sino que su objetivo era más trascendental. Cruzó la
ancha avenida y se dispuso en el mismo banco de piedra que la sostenía domingo
tras domingo.
El carnaval había terminado hace más de dos
meses, sin embargo los tambores y candombes seguían resonando por las calles de
Montevideo y muy especialmente dentro del corazón de Mariela, que hace más de
60 años latía al son de la música. Prendió la vieja Spika de Jorge…nada.
Aquel ritual que repetía todas las semanas era
lo único que podía volver a conectarla con el amor de su vida. No sabía bien
qué había pasado. Lo cierto fue que una noche ella regresó al departamento que
compartían en el barrio del Abasto después de otra agotadora jornada de danzas
esperando el aroma de su comida, un beso de recibida, dos copas de vino recién
abierto y no encontró nada de eso. Al abrir la puerta de su unidad, Mariela no
pudo ver más que papeles por el piso, platos rotos y muebles desparramados,
hasta ejemplares rotos de los apuntes que Jorge entregaba a sus alumnos de la
Facultad de Ciencias Sociales, pero de él ni noticias. No lo volvió a ver.
Esperó varios días, seguía sin aparecer. Luego
de una semana se dispuso a hacer la denuncia en la comisaría de la
circunscripción, pero súbitamente la detuvo una llamada telefónica. El mejor
amigo de Jorge no se atrevió a decirle nada, simplemente que tomara las cosas
que pudiera y se fuera del país, que no diera sus datos a nadie. Y cortó.
En el vapor que la cruzó a la otra orilla del
Río de la Plata, comenzó a comprender que no era la única en esa situación. El
clima político que ya estaba tenso se había alborotado con el regreso de Perón,
y llegado a su clímax tras su muerte, sin embargo no lograba interpretar qué le
resultaba distinto aquella vez. Con anterioridad los militares ya habían
interrumpido el orden democrático y suspendido los derechos ciudadanos, pero en
esa ocasión el clima era distinto, como si todos supieran que estaban
ocurriendo acontecimientos extraños y nadie se animara a decirlo. El terror
estaba presente en cada aspecto de la vida.
Los primeros días en la pensión de la Ciudad
Vieja fueron duros, aún así se logró sobreponer y comenzó a contactarse con
otros argentinos y uruguayos que hacían circular noticias no oficiales. Sin
embargo todas las noches lloraba por Jorge. Sentía que le habían amputado una
parte insustituible de su existencia.
El viento jugueteaba ahora con el pelo negro
ensortijado de Mariela, mientras ella oteaba el horizonte en el Río de la
Plata, como si sintiera cercana la presencia de su amor. La Spika dejó salir
una voz conocida. El “gordo” Muñoz daba la bienvenida a sus radioescuchas,
mientras anunciaba cómo Houseman movía el esférico hacia Larrosa, Ardiles
picaba por la derecha y el Gitano Juárez prendía un tabaco. Ahora sí, podía
seguir llorando.
Juan Rey
Juan Rey