Carta de una señorita en París
Junio,
6, 1930
56, Rue de Saint Michel
París
Queridísimo Jorge,
Escríbole
estas líneas desde la lejana ciudad luz. Para vuestra tranquilidad, si bien la
llegada fue un tanto traumática, ya me encuentro instalada en una posada
acogedora. París no me resulta hasta el momento la metrópoli cosmopolita con
que se deslumbrase el clérigo Sorel. Un tanto desordenada, ruidosa y sucia, más
bien un crisol de culturas (conjúganse en sus calles gitanos, judíos,
africanos, kosovares y europeos occidentales). Noto, sin embargo, vestigios
arquitectónicos de nuestra porteña ciudad, por momentos me pareciera estar
transitando la Avenida de Mayo.
Imagino
que la vida por los Corrales no habrá cambiado mucho en estos meses. Que se
seguirá levantando casi al alba para tomar el tranvía que lo lleva al mercado.
A media tarde cambiará la yerba de su mate. Al anochecer regresará al pago,
previa caminata habitual por el Parque de los Patricios, donde se quedará
fumando unas bocanadas de su pipa.
Me
ha llegado la noticia que en pocos días comienza el Campeonato Mundial de
Fútbol, a disputarse en la República del Uruguay. Imagino lo ansioso que estará
ante tamaño acontecimiento, y más aún si todo continúa como antes, recuerdo que
se emocionaba al nombrarme todos los jugadores del Huracán que integraban el
combinado nacional. Unzué, Stábile, Onzari, y creo que no recuerdo más (Dicho
sea de paso, ¿se concretó la profesionalización del deporte? Recuerdo que usted
no estaba del todo de acuerdo, que creería que se terminaría por transformar en
un negocio, dejando de lado su concepción de juego). Por cierto, en estas
tierras las noticias deportivas no ocupan ni por asomo las primeras planas de
los informativos, más bien hay una especie de fanatismo en torno a las últimas
publicaciones de Sigmund Freud.
Todo
este prolegómeno, amado Jorge, para recordarle que lo extraño. Que nunca se
olvide de esta servidora que ha cruzado el Atlántico en un vapor en busca de
cumplir el púber sueño de triunfar en las marquesinas galas. Que no puedo
evitar pensarlo a cada instante, recordarlo y sentirlo aquí, conmigo. Pero que
también lo respeto y entiendo su decisión de no abandonar nunca el barrio que
lo vio nacer y crecer, sus amigos del Parque y del buffet, sus interminables
noches de milonga y tabaco.
Me
despido, con la certeza que nos volveremos a ver, ansiosa por recibir su
respuesta.
Suya,
eternamente
Mariela.
Juan Rey para Revolución Quemera