Río de Janeiro
Todo siempre empieza y termina allí, casi
como en una suerte de ritual cíclico. El devenir de la vida llevó a ello, y hoy
ya es una costumbre que no puede quitarse. A menudo se pregunta si no estará
preso de alguna maldición, si no será víctima de un conjuro de cualquier mai o
pai umbanda.
Como siempre, en Río de Janeiro. Montado
sobre ese sinfín de puntos, ese segmento infinito que escinde, casi de forma
maniquea, la gran metrópoli. Como una arteria coronaria, la cruza dándole vida.
Y allí, ya en posición, dispuesto a que
comience el aquelarre, entra en el trance característico. Es un estado elevado
del alma en el que se cuestiona hasta las últimas causas de su existencia. Es
libre, pues es sólo para sí.
En este nirvana, iluminan su ocaso las más
diversas cuestiones existenciales. La dualidad onda energía de la luz. La luz es onda y también es energía. No hay vuelta que darle. Schroedringer, Planck, Bohr.
Qué ocupados estarían para interesarse por tales temas. Y a la vez que cada
fotón es una partícula energética, también es una onda. Definitivamente es
mucho menos intrigante que sonreírse internamente mientras observa a una señora
entrada en años y en kilos. Newton. La ley de la gravedad actúa en ella, y se
pone a pensar que si fuera la señora, si por un instante el universo le diera
esa posibilidad, se desafiaría probando cuántos jueguitos sería capaz de hacer
con las partes que le caen del cuerpo.
Río de Janeiro y de repente lo esperado, lo
inevitable, lo que viene a dar sentido a su estadía, su ritual y su trance.
El piso, como es costumbre, tiembla. La luz
se vuelve un tanto intermitente, y el ambiente húmedo, cargado y por momentos
hostil comienza a cambiar. Las líneas blancas y negras se suceden con tremenda
celeridad. El traqueteo aumenta y disminuye su frecuencia e intensidad regido
por el mismísimo azar. Todo eso se repetiría cuatro veces hoy y luego, tras el
prudencial receso, otras cuatro. Perfectamente simétrico. Y su trance, su
nirvana acabaría por dar paso al más profundo éxtasis. Como si lo poseyeran
Shiva o Brahmaputra. Y así en el más profundo ensimismamiento, en todo este
proceso de apenas segundos, se da lugar a la señal sonora, que interpreta
sabiamente recuperando su postura, su estado mental ausente, disponiéndose a
abandonar de una vez y por todas Río de Janeiro.
Y viene Castro Barros.
Y Loria.
Y llega a Miserere.
Combina con la H.
Venezuela.
Humberto Primo.
Y finalmente Caseros, donde, como siempre,
culminará su ritual.
Juan Rey, para Revolución Quemera.