Las siguientes líneas son fruto del matrimonio entre una imaginación surrealista y una memoria deficiente. Pido por esto último mis más sentidas disculpas a quienes estén leyendo este recuerdo que trataré de compartir de la manera más fiel posible. Pareciera que en reclamo frente a la flexibilización histórica (entre tantos otros aspectos “alegremente flexibilizables”) imperante por estos días, mi memoria estuviera realizando un paro con quite de colaboración. La traicionera no me permite afirmar si fue un miércoles o un jueves por la noche, si fue la última semana de junio o la primera de julio. Sin embargo, hay dos hechos sobre lo que no puede engañarme: el primero, que fue en el año 2009; el segundo, que Ángel Cappa estaba secuestrado.
Puedo sentir, como si esa noche fuera ahora mismo, el sudor frío corriendo por mi frente, bajando por mis brazos. Taquicardia, pupilas dilatadas, desesperación. Secuestraron a Ángel. A nuestro Ángel.
La tragedia, o al menos así la concibieron sus padres en la Antigua Grecia, no es simplemente el acontecimiento de un hecho triste o desfavorable, no, más bien consiste en la inevitabilidad de dicho suceso, con previo conocimiento. Ahí reside el carácter trágico, en saber que una desgracia no sólo nos acecha, sino que pese a todo lo que hagamos para tratar de torcer el destino, éste finalmente se impondrá. El secuestro de Cappa configuraba, entonces, un hecho trágico: lo abdujeron por pregonar sus ideas revolucionarias. El destino se tomaba revancha, 30 años después, reteniéndolo ilegalmente, amordazándolo por estar en las antípodas de la ideología imperante, por pregonar sus verdades y, fundamentalmente, por desarticular un discurso dominante.
El sueño y la vigilia se engañan entre sí, juegan seductora y eróticamente, se buscan, se atraen, se cuestionan, y finalmente se funden eternamente. Memoria e imaginación no son sino uno. La realidad es la imposición exitosa de una ficción, quien logre que su ficción prevalezca podrá adecuar la realidad a ella, quien tiene el poder tiene la razón, quien detenta la fuerza es poseedor de la verdad.
Recuerdo que, tristemente, no logré salvar a Cappa de su apremio. No pude más que verlo amordazado y con sus ojos vendados, atado a una silla de un tugurio suburbano. No conseguí rescatarlo antes que me liberaran a mí de esa pesadilla invernal. Angustiosamente, esta vivencia no fue apenas un sueño, sino una figuración de lo que vendría.
A Cappa, y no necesariamente a él como ser físico (Cappa es más que el individuo Cappa) verdaderamente lo secuestraron. Lo callaron, lo ridiculizaron. Angustia saber que ante la imposibilidad de confrontar con armas nobles una forma de ver la vida que entiende camino y meta como parte integral de un todo, ante la pobreza de argumentos frente a la fundamentación consistente, la vía que tomaron fue la del ridículo. Nos quieren presentar un Cappa payaso, quejoso, puteador y hasta llorón, para ocultar al Cappa docente, filósofo, inspirador y capaz de hacer sencillo lo que, supuestamente, es complicado. Ángel Cappa es un todo, una totalidad que al fraccionada es, a la vez, destruida en tanto totalidad, negada.
Quizás por ello haya decidido don Ángel alejarse del enfermizo mundo del fútbol argentino. ¿Es esto una derrota? No creo. Y si así lo fuera, ¿Qué? ¿No es acaso un juego? ¿No son acaso triunfo y derrota dos caras, dos posibles resultados a priori equiprobables al comenzar un partido? ¿Tan miserables son nuestras vidas que nuestra semana depende de un simple resultado deportivo? No creo.
Cappa podrá seguir secuestrado, el como sea (que nadie nunca explica cómo es), podrá haberse impuesto transitoriamente, la sentencia de muerte puede ya estar firmada, pero la llama sigue prendida. A pesar de los temporales, los diluvios, el frío y el abandono, ese fuego quedó encendido y volverá a crecer.
Volveremos.
O en verdad no, porque para volver, antes, hay que haberse ido.
Juan Rey