Por Edipo y Casandra
Más que una historia de amor, lo que vengo a contar hoy son dos
historias distintas. Dos leyendas o mitos que los griegos contaban hace un poco
más que mucho, dos cantares que no por viejos dejan de ser actuales, dos
maneras de plantarse frente al destino, a lo inevitable. Dos perspectivas,
amigos quemeros, para dilucidar cómo encararemos esta recta final.
Edipo era griego, Casandra era troyana. Ambos hijos de reyes.
Cuentan que cuando faltaba poco para que naciera Edipo, el oráculo advirtió
a Layo y Yocasta, que el retoño mataría a su padre y se casaría con su madre,
razón por la cual decidieron abandonarlo. El mito dice que un pastor se apiadó
de él y lo crió.
Casandra no fue desheredada, por el contrario, la hija dilecta de Príamo
y Hécuba era tan hermosa que fue consagrada al dios Apolo como su sacerdotisa.
Cierto día el Edipo criado por pastores también recibe al oráculo y
embriagado de la vergüenza que le representaría asesinar al campesino, huye
convirtiéndose en un fugitivo. En su camino tiene una suerte de encontronazo
con una caravana en la que viajaba, justamente, el rey Layo, escaramuza en la
cual el monarca perdió la vida y así Edipo cumplió la primera parte de la
profecía.
Cierto día el dios Apolo, quien vivía rodeado de musas, deslumbrado por
la belleza de Casandra, le propuso un pacto: le entregaría el don de la
clarividencia a cambio de una noche fogosa. Resulta que, tras las horas de
pasión, la bella Casandra no se sintió
atraída en lo más mínimo por el dios, y descartó la posibilidad de unirse a su
arem. Repleto de ira Apolo (quien no podía retirar el don ya regalado), maldijo
a la princesa, condenándola a que nadie creyera en su palabra.
Ya en su madurez, Edipo contrae matrimonio con la viuda del trono, la
reina Yocasta, de la que se enamora sin saber que era su madre. Un tiempo más
tarde, tras engendrar cuatro hijos, reconstruyen sus respectivas historias y
toman conciencia del vínculo que los une. Edipo había cumplido la segunda parte
de la profecía. Su madre y esposa, Yocasta, se suicidó. Y él, ahora rey,
vencido por el inevitable peso del destino que nunca pudo torcer ni aún
huyendo, decide quitarse los ojos con los broches del vestido que ella llevaba
puesto.
Casandra suplicó a su padre que no hiciera entrar en la ciudad el regalo
que los dioses habían enviado por vencer en la guerra a los griegos. Como de
costumbre, como todo el pueblo, Príamo no tomo las palabras de su desquiciada
hija. Esa misma noche, de las entrañas del gran caballo de madera, cientos de
griegos liderados por Ulises incendiaron el reino de Troya y dieron muerte a
sus habitantes.
Tenían sangre real, eran herederos de magníficas experiencias, lucharon
contra el devenir del destino, contra los poderes de los dioses, y contra las
bajezas de los hombres. Sabían, desde el principio, que la suya era una causa
perdida, que no podían esperar más que fracaso, pero igual presentaron batalla,
y dieron su vida por ello.
Edipo y Casandra no pudieron torcer el destino, ¿nosotros podremos?
Juan Rey, para Revolución
Quemera.