Casi la una de la madrugada en
Buenos Aires. El insomnio perfectamente podría ser producido por la final que
se disputará este fin de semana. Varias Horas menos en San Antonio. Allí, a
miles de kilómetros de distancia, también se juega una final. Es el primer
partido de la definición entre los Heats de Miami (bicampeón), y los
experimentados Spurs (con nuestro Ginóbili). El partido venía parejo, los
visitantes lograban una mínima luz de ventaja, cuando sobre el final del
partido ocurre algo digno de reconocimiento. Lebron James, la figura entre las
figuras del equipo de Florida, se lesiona y tiene que ser reemplazado. No puede
abandonar la cancha por sus propios medios, con lo que debe ser ayudado para
retirarse. La parcialidad local, que había silbado sistemáticamente a la
estrella de Miami cada vez que se dispuso a lanzar un tiro libre, lo despide
con una perfecta ovación, digna del notable jugador que es.
En paralelo, pero mucho más cerca,
en Mar del Plata, también es hora de finales. Peñarol busca recuperar el título
de la Liga Nacional frente al Regatas correntino. Lo logra, con un partido
sensacional de su base (Facundo Campazzo). Los hinchas locales colmaron en
polideportivo de la feliz viviendo una real fiesta. Todo el estadio canta, pero
aquí otro detalle que cautiva mi atención. Son cantos genuinos, impulsados por
grupos distintos de amigos o familias. Provienen de cualquier dirección del
estadio. Nadie monopoliza lo que debe hacerse o decirse. La celebración es
completa.
El domingo a las 15 se define
nuestro año y nuestro futuro (como hinchas y quemeros, claro está). El
panorama, es sensiblemente distinto. La suspicacia, a la orden del día. El
dinero sucio de los políticos, empresarios y “allegados”, que nadie puede decir
que circula, y mucho menos los que tienen que investigar y juzgar, también.
Dicen que nunca sanearemos el fútbol porque “la cultura nuestra es así y no se
puede cambiar”, que me expliquen entonces cuán distinta puede ser nuestra
“cultura” respecto de la de los hinchas marplatenses. ¿Es, entonces, esta
cultura per se el problema o la
estructura en la que se encuentra inscripto el deporte que tanto nos apasiona?
Es decir, esos mismos fanáticos, en condiciones diferentes, ¿actuarían de igual
forma?
Lo cierto es que el domingo en
Casanova habrá sólo once camisetas blancas, con un globo rojo en el corazón.
Cierto es también que el millón de quemeros estaremos pendientes, volando con
Marcos Díaz, tocando con Capurro, gambeteando con Toranzo y pisándola con
Caruso. Las chances reales son pocas, porque no se depende de la propia
actuación, por la cantidad de puntos perdidos, y porque justo a Patronato le
expulsaron a dos titulares. De cualquier manera, no vale abandonar. Que esta
sea una más de nuestras odiseas de amor eterno, si total a los golpes ya
estamos acostumbrados. Que sea otra epopeya en la que sigamos intentando
mejorar la realidad, empezar a construir un camino lleno de gloria y laureles.
Que las raíces, los valores y la filosofía que nos llevaron a la cúspide del
Olimpo del futbol renazcan, y dentro de un tiempo estas notas sean viejos
manuscritos de un paso en falso en nuestra historia.
Así y todo, no puedo imaginarme al
“Pato” reemplazado y todo Isidro Casanova aplaudiéndolo…
Juan Rey, para Revolución Quemera.