Nos robaron.
Nos robaron el fútbol.
Nos robaron el espectáculo.
Nos robaron esas ganas de mejorarnos.
Nos robaron el volverlo a intentar.
Nos robaron lo más hermoso que tiene este deporte: competir para conseguir una gran victoria.
Nos robaron el gol.
Nos robaron los abrazos.
Nos robaron las ilusiones.
Nos robaron el amor.
Nos robaron la sonrisa.
Nos robaron el llanto.
Nos robaron.
Estoy triste. Triste por mi club, claro, pero también por el fútbol en general, que se transformó en una asociación plagada de corrupción y hechos completamente impunes a la vista de todos. Porque ayer, lunes, el país futbolero sabía de antemano que Barracas Central iba a recibir cualquier tipo de ayuda con tal de clasificar a su primera Copa internacional. Y pasó. Con una impunidad total de un club que se maneja sin transparencia: tienen muy pocos socios, no registran ventas importantes y, sin embargo, construyeron un estadio nuevo. Nadie sabe —ni pregunta— de dónde sacaron la plata. Y todos son soberbios: desde sus jugadores hasta sus encargados de prensa. Saben que están amparados por la familia Tapia y, mientras Claudio esté en el poder, van a gozar de beneficios.
Contra todo esto, los dirigentes callan porque, si hablan, perjudican al club que representan. (Lamentablemente, yo haría lo mismo). Eso sí, les encanta sacarse fotos con el poder y creerse los más amigos.
Por último, el semestre de Huracán fue muy malo: falta de decisiones por parte de Abel Poza; mala elección de jugadores en el mercado de pases (responsabilidad de Daniel Vega); Kudelka no supo reaccionar, cambiar o irse a tiempo; y jugadores que se preocuparon más por postear cosas lindas en Instagram que por ser serios dentro de la cancha. No llegamos ni al 20 de noviembre y ya se nos terminó el año. Para colmo, el 2026 será sin vuelos internacionales. Tendremos merecidas y extensas vacaciones de Huracán y de este fútbol argentino completamente contaminado y manejado por un dictador.


