“Ya no hay vuelta. No hay caso. De la alegría se puede volver, tal vez.
Pero no de las lágrimas. Porque cuando uno sufre por su Cuadro, tiene un
agujero inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada. O mejor dicho,
sólo se le llena con una cosa: con ganar el domingo que viene.”
Eduardo Sacheri – El cuadro de Raulito
Al sur, mirando siempre al sur. Con el corazón
abajo y a la izquierda. Rojo. Con la primavera a punto de florecer en la ciudad
y en el alma. Con las prisas de siempre.
Encontrando
cervezas en lugar de certezas. Mirando cómo pasa el tiempo, sin ser
protagonista sino mero espectador del tiempo que transcurre lenta,
insoportable, inevitablemente.
Contemplando tras un vidrio templado cómo cae
la lluvia. Siempre igual. Siempre tan gris, siempre tan triste. La lluvia ya no
es lluvia, son lágrimas. Lágrimas de pasado. Lágrimas de futuro. Lágrimas, en
fin, que actúan como si fueran corrientes intensas de agua en turbinas
generadoras de energía, transformando. Porque nada puede transformar más
profundamente que una lágrima, que un llanto sentido y genuino. Y vos y yo
sabemos bien de que estamos hablando, porque no es lo mismo un sollozo, un
llantito, una angustia, que un llanto de verdad, en el que sentís que vas a
perder los pulmones, que te quedás sin aire, que nunca, pero nunca vas a poder
detener esas lágrimas.
¿Cómo no lo vas a saber vos? ¿Cómo no me vas a
entender? Si lloramos juntos. Si pasamos por tantas y ahora pareciera estar
asomando un horizonte lleno de esperanzas. Si vos sabés bien que no somos los
mismos después del último llanto. Que cuando esas lágrimas, duras, pesadas,
filosas, caían por nuestras mejillas mientras dudábamos qué iba a ser de
nosotros, juramos no abandonar, nos prometimos cambiar, mejorar en lo que
pudiéramos desde nuestro lugar, porque, seamos sinceros, todos fuimos desde
nuestro lugar responsables. Y ahora mirando para atrás no mucho, uno, dos o
tres años…¿Adonde estamos? ¿Adonde llegamos? ¿Valió la pena? ¿Volveríamos a
sacrificar todo lo que sacrificamos, todo lo que dejamos de lado, todo lo que
pospusimos? Todo por esta ilusión, por esta convicción, en definitiva, por este
amor.
El agua limpia. Al igual que la lluvia barre
las aceras, las lágrimas en el momento justo parecen estar seguidas por un
toque de queda a nuestras penas. El agua transforma. Como en una turbina, nos
provee de energía para seguir adelante, para sobreponernos a los reveses, para
soportar nuestras cruces con la plena convicción de cuál es el destino final.
A la
tormenta siempre le sigue la calma. El sol que despunta tímidamente por el
horizonte, como si le diera vergüenza imponer su majestuosidad ante la
mediocridad de los nubarrones finalmente gana. Los truenos se callan. Un cielo
mucho más claro empieza a asomar. Es el futuro. Es la prosperidad, la alegría,
la felicidad. A la tormenta siempre le sigue la calma, y nosotros estamos
llamados a vivirla. A tener siempre presente el pasado, pero no para revivirlo,
sino para dejarlo allá y reírnos de él mirándolo de lejos cumplir su cadena
perpetua por crímenes de lesa humanidad contra el corazón, con la absoluta
certeza que nunca, pero nunca va a volver. La lluvia se va, pero para nosotros
la lluvia ya no es lluvia, sino lágrimas. Lágrimas transformadoras, lágrimas de
ángeles.
Juan Rey, para Revolución
Quemera.