viernes, 13 de septiembre de 2013

La Previa, por Juan Rey

Anécdotas, historias, cuentos, sensaciones, vivencias. Como bien saben ustedes, estimados lectores, de eso se tratan estas previas que hace casi ya un año tenemos el gusto de compartir en Revolución Quemera. En este tiempo muchos familiares y amigos se han acercado a este servidor con una inquietud que pareciera sacarles el sueño, me preguntaban (y lo siguen haciendo), si los hechos en esta columna relatados pertenecen a la realidad o bien son creaciones literarias, productos artificiales fruto de la imaginación de quien escribe. La respuesta es bien clara: no tengo ni la más mínima idea. O mejor dicho, es todo. Sucede que la realidad, mirada desde ojos distintos, puede tornarse fantástica, por momentos, increíble. Por eso va esta breve introducción, casi a modo de una invitación a dejar de tratar de dilucidar la verosimilitud de los relatos, invitación a hacer a un lado, aunque sea  por los breves minutos que toma la lectura de esta columna, los principios físicos y lógicos que nos gobiernan, invitación a dejarnos  llevar por lo que leen nuestros ojos, ser parte, y disfrutar de la cotidianeidad en forma de sencillos relatos, como el que voy a pasar a contarles…
Lunes, 21 15. Todos conocemos el resultado del partido contra Independiente. La misma historia de siempre. Que si merecimos ganar. Que si el referí nos bombeó. Que si tal jugador es un…(completar a voluntad del lector). Que si esta vez es distinto porque el equipo parece insinuar algo. Que este año estoy seguro que volvemos.
El caso es que entre gallos y medianoches, me subo al 28 junto a muchos otros Quemeros que vuelven a casa aceptando, casi resignados, nuestro destino ineludible, inevitable de sufrimiento eterno con la bronca a flor de piel.
El crisol demográfico del ómnibus era bastante particular, variado, por no decir caricaturesco. Tratando de pasar lo más desapercibido posible me ubico en el anteúltimo asiento, del lado de la ventana (sí, el de la rueda que te obliga a viajar con la pierna doblada) y apoyo mi cabeza contra el frío vidrio que divide ese submundo, que se gobierna bajo su propio reglamento, del exterior.
            En los primeros lugares, casi coqueteando con el conductor, viajan dos señoras entradas en años, aunque parecieran no haberse dado cuenta de la cruel realidad de que el tiempo pasa para todos. O eso por lo menos daban a entender sus rulos perfectamente definidos, sus caras revocadas en maquillaje, sus camisetas de Huracán modelo 2013 y sus calzas estampadas estilo animal print.
            Siguiendo con el pantallazo, observo al rengo. Ese que nunca supe cómo se llama, ni él creo que me conozca. Al que veo siempre haciendo la fila en las ventanillas de cobradores, con las excusas más ocurrentes de por qué no llega a pagar, pero que en la Bonavena es infaltable.
            Un poquito más acá y parados, aunque sobran asientos, viajan cuatro adolescentes, entonando nuestros himnos de cancha, golpeando el techo con las manos y arengando al resto de los pasajeros a imitarlos. Los ánimos no están para tamaña demostración de afecto, y así también lo entiende el colectivero, quien decide no reprenderlos y dejar que continúen entonando sus marchas.
            Parada, también, viaja una hermosa familia quemera. El padre flaco, petiso, de barba y campera de Huracán. La madre más rechoncha, apoyada contra la baranda amarilla de mitad del colectivo. Y el hijo. El pequeño que todos alguna vez fuimos, el nene que todos seguimos siendo. Más parecido en lo físico a la madre que al padre, pero con los ojos de su progenitor. Llorando. Buscando consuelo en el abrazo de quien tuvo la culpa de hacerlo de Huracán. Seguramente pensando que si fuera de Boca o de River todas estas cosas no pasarían. Añorando con no ser el chivo expiatorio de su clase. Anhelando poder cargar a alguno de sus compañeros, poder vestir una camiseta de la selección que tenga el nombre de algún jugador de su equipo. Imaginando futuros donde Huracán campeone en Primera. Cayendo, brutalmente, de fauces a la realidad. Se ve que hubo otro que vio lo mismo que yo, porque antes de bajar del colectivo se acercó, apoyándose a medias en su bastón, y tras acomodar su boina y su pipa se dirigió al pequeño diciéndole:pibe, ser de Huracán es lo más lindo del mundo. No es fácil, es verdad, pero nadie te dijo que iba a serlo”
Y así, mientras el chico secaba sus últimas lágrimas, el hombre bajaba rumbo a su casa, y de fondo seguía escuchándoseDale Gloooooo Dale Glooooooo Dale Globo Dale Gloooooooo”


Juan Rey, para Revolución Quemera.