Retroceder nunca, rendirse jamás
No es una
frase hecha, ni un cliche de izquierdas. No voy a acompañar estas líneas con
una caricatura blanco y negro del comandante Chávez. No hablaré de conquistas
sociales, de militarizar los sindicatos, ni de armas para el pueblo.
Más bien,
una postura filosófica. Plantarse frente a la vida de determinada manera. Están
los que se resignan, los que se dejan llevar por una realidad esquiva o adversa
y nada hacen por cambiarla. Los que creen que subjetivamente no puede hacerse
nada para cambiar las condiciones objetivas.
Cierto
politólogo contemporáneo imaginó una habitación donde se encontraran todos los
pensadores de la historia. En esta situación inicial, dichos personajes
comenzarían a organizarse de la siguiente forma, siguiendo dos ejes
coordenados, el primero y archiconocido delimitaba izquierdas y derechas, según
su creencia en la preeminencia de la igualdad o la libertad individual, de la
sociedad sobre el individuo o del individuo sobre la sociedad. El otro eje diferenciaba
a los pensadores por su fundamento científico, aquellos que basaban su teoría
en el empirismo, las estadísticas y las ciencias exactas eran considerados
“duros”, mientras que las teorías fundadas en cuestiones filosófico
sociológicas eran consideradas “blandas” (nombres provenientes de los distintos
tipos de ciencia)
Así las
cosas, por su naturaleza inherente, dichos personajes comenzarían a hablar,
tratando que el resto los escuche. El caso es que los que se encuentran cerca
del centro están sumamente rodeados de otras personas, que buscan también dicha
posición para expresar sus palabras, pero la muchedumbre genera caos y sus
pensamientos no encuentran oídos en los que hacerse eco. Por el contrario, en
los extremos hay menos gente, aquel que allí se ubique tendrá una panorámica
más acabada del conjunto, de lo común, y ademnás por estar más cerca de la
pared, la acústica es mejor. Estos pensadores, de izquierda o derecha, duros o
blandos, son los que logran trascender la actualidad que les tocó vivir, los
que se diferencian de sus contemporáneos y logran la inmortalidad al permanecer
en el inconsciente colectivo de la humanidad, en los libros, bibliotecas y
universidades por el resto de la historia.
Para
trascender entonces, hay que diferenciarse, salir de la media, pues sino
quedaremos como aquellos que se matan por tomar el centro de la habitación,
reconocidos, en el mejor de los casos por los suyos, pero sin un legado para la
posteridad, sin una identidad en la que se reflejen las generaciones venideras,
ni un testimonio que aportar.
Retroceder
nunca, rendirse jamás, implica entonces, no volcarse hacia el centro. Gritar a
viva voz aquello de lo que estamos convencidos, escaparnos de las
colectivizaciones estúpidas como, “la opinión pública”, “la gente piensa” o “el
periodismo dice”. No existe “la opinión pública”, “la gente” ni “el
periodismo”. Existen las personas y los periodistas que dicen o piensan de
determinada manera, aunque busquen escudarse en los sustantivos colectivos.
Y existimos
nosotros, los que nunca nos daremos por vencidos, los que equivocados o no
jamás de los jamases buscaremos el centro, los que iremos bien cerca de la
pared, inflaremos nuestros pulmones y buscaremos que el eco retumbe en los
oídos y corazones de todos los que se encuentren en la habitación.
Juan Rey, para Revolución Quemera.
Para mi
abuelo, Carlitos, que está en la puerta de la habitación, debatiéndose entre
volver o irse, que sea lo mejor.